Por Alfredo Sepúlveda.
El fanatismo por la "U", el equipo de mis amores, es un producto de los años sesenta

A nivel simbólico la Universidad de Chile de entonces representaba el escaso pero eficiente método de ascenso social. "La Chile", una universidad pública y g

Y la "U", su equipo de fútbol profesional, brillaba. Si no salía campeona, salía segunda. Si no salía segunda, jugaba mano a mano con el Santos de Pelé o conformaba la base de jugadores para que la selección saliera tercera en el mundo. Tenía los recursos y esos recursos eran, al final del día, del fisco, pero a nadie parecía importarle: casi todo el país era del fisco entonces.
En los setenta el país -como todos sabemos- cambió. La Universidad dejó de tener la importancia de antes y el ascenso social se ligó a dos entidades que, hasta entonces, sólo tenían que ver con los "porros" a los que no les "daba la cabeza": el ejército y la empresa privada. La Universidad vio, aferrada con los dientes a un universo que se desmembraba, como esos dos mundos fueron exitosos y permitieron, en una escala mayor que lo que la propia universidad había logrado, el ascenso social. El vínculo sentimental entre las personas y los equipos dejó de depender de factores extra futbolísticos y se centró solamente en la "eficacia" de las instituciones deportivas. Las odiseas de Cobreloa en la Copa Libertadores de comienzos de los ochenta (de igual a igual con el Flamengo de Zico y compañía, por ejemplo) y la obtención del máximo trofeo continental que logró Colo-Colo a comienzos de los noventa fueron factores que acarrearon multitudes de niños y jóvenes que no siguieron al equipo del padre. Con la excepción de Cobreloa, el ascenso instucional de los clubes de Santiago determinó la casi absoluta pérdida de fanáticos para los equipos de provincia. Después de que Everton de Viña del Mar se hiciese del título 76, tuvieron que pasar décadas para que un club que no fuera Cobreloa ni de Santiago ganara el campeonato (lo hizo Wandere

Mientras el país cambiaba, la "U", el equipo, se sumergía en un letargo de 25 años sin obtener campeonato alguno. La Universidad de Chile fue intervenida por los militares, y el club cobijó a célebres funcionarios de Pinochet -el más ilustre de todos, el abogado y "fiscal antiterrorista" de la dictadura, Ambrosio Rodríguez, presidente de la Corfuch a fines de los ochenta-. Con planes elefantiásicos de construir un estadio, la "U" fue decayendo y la universidad se distanció totalmente del equipo de fútbol y lo apartó de su rama deportiva. Tenía demasiados problemas de caja como para estar financiando un equipo profesional... que no ganaba nada nunca.
Se creó entonces la "Corfuch", la "Corporación de Fútbol de la Universidad de Chile", que "de" la universidad no tenía nada más que el nombre. La democracia llegó y encontró a la "U" en la segunda división, y vio el advenimiento de una nueva barra que le hacía el peso a la "oficial" (en honor a la verdad, de "oficial" tuvo harto, pero no apoyó jamás a Ambrosio Rodríguez): eran "Los de Abajo", un grupo de fanáticos que se fogueó en los potreros y que importó la última moda rioplatense: ver el partido de pie y sin callarse nunca.
La revolución que comenzaron "Los de Abajo" (LDA) llegó a la dirigencia c

Con un tezón y porfía formidables, Orozco confió el proyecto deportivo a un viejo conocido: Arturo Salah, un ingeniero químico que fue dueño de la punta izquierda del ataque azul durante los ochenta. Salah sentó las bases deportivas para lo que vino después de la mano de Jorge Socías (el eterno "8" ochentero) y el argentino Miguel Angel Russo: los títulos del 94, 95, la semifinal de la libertadores 96 y el bicampeonato de 1999 y 2000 (sorprendentemente, el paso de la U a la segunda división fue encabezado por el hoy popular y exitosísimo Manuel Pellegrini, que entonces hacía s

Los triunfos de la U noventera y la figura de Salas que jugaba en Argentina y en Italia actuaron igual que antes lo hicieron las proezas de Colo Colo, la UC y Cobreloa. Muchos nuevos hinchas, mucha plata nueva, mucha ambición. Orozco manejó el timón con mano de hierro, con una conducción autoritaria en que toda rebelión era aplastada. Forjó también una sólida relación con Los de Abajo, relación que sirvió para darle al presidente de la Corfuch una suerte de guardia de corps (o más bien tontons macoutes) forjada en la entrega de, al menos, entradas para los partidos y otras prebendas.
Los De Abajo no eran los hinchas de antes, ciertamente, que sacaban pañuelos blancos para celebrar los goles. LDA funcionaban también fuera del estadio y en los días de semana. Entregaban identidad a jóvenes de todos los sectores, especialmente a aquellos en riesgo social. La relación entre LDA y la vida lumpen no se hizo esperar. Los enfrentamientos con la Garra Blanca (la barra brava de Colo-Colo, el eterno rival) fueron muchos y llegaron a la sangre. Los De Abajo se transformaron en algo paralelo o que incluso superaba a la propia "U", y lo que antes era una fidelidad abstracta a un equipo de fútbol, se transformó en obligaciones y códigos de honor pandillescos.
Orozco trató de disminuir la tendencia delictual de Los de Abajo con programas de inserción social como la Escuela Libre, pero a la vez el club traspasaba dinero y otras prebendas a dirigentes de LDA que asumieron su rol como un empleo y no como un hobby y que no abandonaron la violencia. El presidente de la U fue acusado siempre de mirar para el otro lado cuando había problemas policiales. La mayor parte del tiempo, los dirigentes de LDA eran "muchachos desorientados" para él.
El club volvía a estar entre los grandes. "Grande como fue el ballet", cantaban Los de Abajo. Pero "como fue el ballet" solamente en las canchas,

El relato mítico que tuvo la U en los sesenta ya no estaba ahí: estaba, en rigor, en la Católica, el equipo que, bajo el ala de la universidad homónima, ganaba pocos títulos pero mantenía una imagen de orden y eficiencia dentro del caos de los ochenta y noventa. Y la Universidad Católica misma también había cambiado: ya no era el feudo de los hijos de los latifundistas, ni la pechoña defensora de la Iglesia Católica ante los embates masones, sino una institución que captaba según meritocracia. ¿Iban a ella los hijos de los pinochetistas? Sí, pero al final del día eso poco importó. Era cara, sí, muy cara, pero valía la pena pagar por educarse allí. Las familias doblaron el esfuerzo y si al hijo o hija "le daba", lo enviaron a estudiar allá, donde no había huelgas ni paros y la gente "estudiaba de verdad". La "Cato", con su estadio pegado a la cordillera, como si quisiera escaparse de una ciudad en la que imperaba el caos, transmitía un mensaje fuerte pero claro: no somos picantes, no queremos serlo, únanse a nosotros. Podemos empezar a construir desde cero un país que ignore el desorden en el que vivimos cuando estamos más abajo del Apumanque.
La escandalosa quiebra de la "U" ha sido la gota que rebalsó el vaso en la relación con la Universidad. ¿Lo es? Me da la impresión de que la Universidad de Chile aún tiene este relato de sí misma que era válido en los sesenta, pero no lo es hoy. Sin embargo, ha actuado de una manera totalmente indiferente durante las últimas décadas con
